Rusia es el mayor enemigo de la democracia y de los valores occidentales
La diplomacia rusa se ha adaptado a nuevos tiempos en el mundo. El Kremlin ha sabido aprovechar las debilidades de las democracias occidentales para desestabilizar e influir en la política interna de distintos países, desde Europa hasta América. El respaldo a dictaduras sanguinarias o a populistas nacionalistas ha sido el principal objetivo de Vladimir Putin para socavar la soberanía nacional e imponer la agenda que vea más conveniente para sus intereses.
La actuación de Rusia en Siria es una respuesta y al mismo tiempo un ataque directo a los intereses de Estados Unidos, Francia, Alemania y Gran Bretaña en Oriente Medio, pero además, significa un respaldo visceral a un aliado que podría permitir a Putin crecer y dispersar sus movimientos por toda la región con la intención de ser una “alternativa” a la pésima imagen que gozan los estadounidenses en el mundo árabe y musulmán.
Desde la caída de la Unión Soviética (URSS) en 1991 y el posterior ascenso meteórico de Putin al poder, los asesores y analistas rusos han observado la necesidad de destruir a Occidente, su claro enemigo, contaminando sus instituciones y hacer que el bacilo comience a crecer desde adentro y no que sea una estrategia convencional de ataque militar o conflicto bélico a gran escala, incluso, Rusia ya no piensa como lo hicieron los líderes de la URSS en la Guerra Fría. Sin embargo, muchas de las diplomacias occidentales no han sabido superar ese pensamiento obsoleto que les resta posibilidades de hacer frente a la auténtica amenaza que representa Rusia actualmente.
Pero cuando la situación se le sale de las manos a Rusia, esta actúa como lo hizo en Ucrania. Al ver como su agente en Kiev, Vícktor Yanukóvich, perdía respaldo ciudadano y la revolución en su contra crecía a diario, la estrategia rusa se tornó más convencional así que decidieron desde Moscú plagar el este de Ucrania de minas antipersonas luego de desmembrar el país e imponer pequeñas repúblicas satélites no reconocidas por la comunidad internacional. Aunque esta decisión trajo como consecuencia para Rusia severas sanciones de la Unión Europea, Putin decidió dar un paso más allá y a través de un fraudulento referéndum se anexionó la península de Crimea, de mayoría rusohablante pero cuya soberanía territorial pertenecía a Ucrania.
El peligro que Rusia representa para Occidente no es una falacia como el ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, lo ha intento hacer ver ni como las grandes corporaciones y agencias de noticias prorrusas lo han disfrazado. Rusia es el mayor enemigo de la democracia y de los valores occidentales, pero al mismo tiempo, busca incansablemente aprovecharse de los beneficios que las naciones donde intenta interferir le proporcionan.
Un caso emblemático sigue siendo Venezuela. La crisis en la nación caribeña le ha proporcionado a El Kremlin la posibilidad de obtener jugosos contratos para sus empresas petroleras y gasíferas así como la base de sus operaciones en América Latina. La nueva geopolítica rusa ve en Venezuela el satélite más idóneo para lograr expandir políticas contrarias a Estados Unidos y plagar al resto de los países de serviles agentes políticos que puedan ganar elecciones, convertirse en países rebeldes a la “visión imperialista” de Washington y servirle a Rusia para generar mayores dividendos por su “asesoramiento” y cohesionarse en foros internacionales como la Organización de Naciones Unidas (ONU) para promover cambios sustanciales en el orden mundial.
La manera como Rusia se ha aprovechado de la catastrófica situación en Venezuela evidencia que no tiene ningún compromiso con la democracia ni mucho menos con los Derechos Humanos, pues ya Putin ha demostrado que no le interesa el sufrimiento de las personas tal como no le importó al bombardear Georgia, Chechenia y destruir el este de Ucrania o salvaguardar a los civiles sirios. Para Rusia, su objetivo ni siquiera es sostener por alineación ideológica a Nicolás Maduro, sino utilizarlo como un títere para seguir saqueando las riquezas venezolanas que a la dictadura chavista se le hace imposible explotar por sí sola.
En una era donde la debilidad de Europa se hace más clara ante el avance de modelos populistas y profundamente nacionalistas o en donde Estados Unidos parece más proclive a la inestabilidad, la necesidad de crear un frente más robusto y alineado en contra del avance de Rusia cobra mayor importancia. El Kremlin sabe de esas debilidades y conoce cómo provocar mayores riesgos, por ende, detener los pasos de Putin y neutralizar en un solo bloque su agenda es indispensable y aunque para algunos consejeros del presidente Donald Trump el principal problema no sea Venezuela, deberían reflexionar y darse cuenta que todos los caminos desde Rusia, China e Irán conducen a Caracas.
Rusia es una amenaza para Occidente, hay que decirlo hasta más allá del cansancio.
➨ Artículo escrito por Carlos Guerrero Yamarte (@SrVenezolano), director de Subversión en letras y estudiante de Periodismo en la Universidad del Zulia (LUZ)
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