Siria es un país que respira aires de libertad y esperanzas, pero no todo está hecho
Justo cuando todo parecía seguir su curso, cuando la normalización de las relaciones con los países de la región estaba encaminada, el régimen colapsó en tan solo 12 días. Bashar al Assad jamás pensó que el fin de la dictadura familiar, que la inició su padre Hafez al Assad en 1971, estaba tan cerca.
Y es que nadie en Siria pensó que la ofensiva militar rebelde, que arrancó el 27 de noviembre después de varios años de cierto apaciaguamiento, terminaría por derrocar al régimen de Al Assad el pasado 8 de diciembre, cuando “el carnicero de Siria” huyó a través de los túneles del Palacio Presidencial para subirse en un avión en el Aeropuerto Internacional de Damasco que lo trasladó hasta Moscú, la capital de uno de sus principales aliados.
Aunque Bashar al Assad no era el favorito de su padre para convertirse en su sucesor, la terquedad de la historia así lo condujo después de la repentina muerte en 1994 de su hermano mayor, Basil, pues el considerado como “el patito feo” de la familia tuvo que regresar de Londres a Damasco, donde estudiaba oftalmología, para curtirse de “estadista” bajo la estricta supervisión de Hafez, quien moriría en el año 2000.
Bashar asumió las riendas del poder en Siria muy joven pero con una esposa hermosa y dispuesta a vender a su país como una referencia de prosperidad en el resto del mundo, aunque en las profundidades de las ciudades reinara un pobreza que cada día iba en aumento y que terminaría por generar una implosión en el 2011 en la ciudad de Daraa, la cual se convirtió en la cuna de la Primavera Árabe en la nación y lo que marcó el comienzo de una brutal guerra civil.
Después de 13 años de conflicto, los resultados son catastróficos: más de 500.000 muertes; 100.000 desaparecidos y 14 millones de desplazados; 16 millones de sirios necesitan ayuda humanitaria urgente y millones fueron víctimas de todo tipo de violaciones a sus derechos humanos, que de acuerdo a la ONG Amnistía Internacional, van desde detenciones arbitrarias, secuestros, desapariciones forzadas, torturas, ejecuciones extrajudiciales hasta ataques con armas químicas y bombas de barril.
Al Assad, quien resistió 13 años con el apoyo de Rusia e Irán, vio el fin del régimen familiar el 8 de diciembre, cuando los rebeldes anunciaban cada hora su cercanía a Damasco después de haber tomado de manera veloz y sorprendente ciudades como Alepo, Homs, Hama y la misma Daraa, frente a los ojos incrédulos de una comunidad internacional acostumbrada a movimientos de resistencia pero no tan audaz como este último que ha sido encabezado por el grupo Hayat Tahrir al Sham (HTS), liderado por un personaje enigmático y que ha sido motivo de titulares estos días en la prensa: Abú Mohammad al Golani.
A pesar de que HTS es uno de los tantos grupos rebeldes que combatían a la dictadura, se ha erigido como el más poderoso bajo una conducción inflexible pero organizada, pues esta organización considerada como terrorista surgió precisamente en el año 2017 cuando su máximo líder, Al Golani, rompió con Al Qaeda y posteriormente con el temible Frente al Nusra.
Al Golani hizo una entrada triunfal a Damasco bajo la mirada expectante del mundo y la propia Siria, pues sus primeras palabras fueron para reivindicar la lucha del martirizado pueblo sirio pero también para prometer reconciliación y justicia, porque ya en ese momento los rebeldes habían ingresado a la “embajada” del infierno en la tierra: la escalofriante prisión de Sednaya y Mezzeh. La primera está ubicada a escasos 30 kilómetros de la capital y era, con claridad y evidencias, un campo de exterminio al servicio de Al Assad.
Se calcula que en la prisión de Sednaya únicamente fueron ejecutadas aproximadamente 13.000 personas, entre hombres, mujeres y niños, mediante ahorcamiento así como bajo métodos de torturas brutales que los medios de comunicación han estado mostrando en las últimas horas.
Con los rebeldes al frente de Siria, con las legaciones diplomáticas izando desde el mismo domingo la bandera de las tres estrellas, el país tiene un nuevo primer ministro de transición: el ingeniero eléctrico y político Mohamed al Bashir, quien estará conduciendo los destinos de la desbaratada república hasta el 1 de marzo de 2025.
Ahora, con el fin de Al Assad, que hoy está refugiado en los brazos de Vladimir Putin, Siria es un país que respira aires de libertad y esperanzas, pero no todo está hecho. El trabajo apenas comienza y los retos no son menores pues en primer lugar se trata de reconstruir, literalmente, un país golpeado por una guerra civil y hace casi dos años por el terremoto que causó soló en las provincias de Alepo y Latakia más de 8.000 fallecidos.
Además, Siria se enfrenta a un nuevo reordenamiento interno que tiene ya interferencia externa por parte de Israel y Turquía, ya que ambos países ven intereses importantes para la seguridad propia. Dado esto, las Fuerzas de Defensa de Israel han ingresado a la llamada zona de amortiguación establecida en el Acuerdo de Separación firmado con Damasco en 1973 después de la guerra de Yom Kipur, pero también se han atacado más de 300 objetivos dentro de Siria que han pulverizado el 70 por ciento de las capacidades del ejército, pero a todo esto se suma los bombardeos que Ankara está ejecutando contra las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), conformadas en parte por kurdos, y que dejan más de una veintena de civiles muertos.
A la luz de los acontecimientos ocurridos y los que están por venir, es fundamental seguir observando cada movimiento y evaluar los procesos de estabilización que la mayoría de los actores globales deberían esperar, pero también apoyar, en este país que suficientemente ha padecido en los últimos años.
➨ Artículo escrito por Carlos Guerrero Yamarte (@CarlosGuerreroY), director de la plataforma informativa Globopais (@globopais)
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