Es momento de que cada ciudadano se haga responsable del político al que sigue y de las ideas que defiende En los últimos años —mi juventud no me permite hablar de otros tiempos—, los políticos de larga data experimentan una especie de obsesión por la moralidad. Es común que hagan alarde de la más pura, casta e incorruptible moralidad. Dan clases magistrales de ello, al menos en la oratoria, en cualquier escenario: un mitin, el hemiciclo o reuniones privadas. Su carácter parece ajeno a la mentira, la corrupción y la traición. Se han convertido en gurús de lo correcto y lo bueno. Almas puras, dedicadas al servicio exclusivo del ciudadano, incapaces de aprovecharse de él. Cuando buscan un voto o apoyo para cualquier causa, lo hacen con plena abnegación. El poder no es su fin; nunca lo ha sido. En lo discursivo, en efecto, todo es como se describe arriba. Pero en la práctica, la deuda moral es enorme. Por mi cercanía a la política, he comprendido con facilidad lo q...
Subversión en letras
Somos el rincón de la juventud que expresa sus ideas sin censura ni moldes