Aquel rincón es, sin duda, un nido de tranquilidad y resistencia en medio de tanto caos
Es un día soleado en Maracaibo, pero el centro de la segunda ciudad más importante de Venezuela no es el mismo desde hace tiempo. La crisis económica ha mermado el mercado así como las capacidades de los ciudadanos para acceder, en el mejor de los casos, a diversos productos que son imposibles de encontrar en los anaqueles de los establecimientos comerciales estadales y algunos privados.
Sin embargo, en medio de aquel centro histórico se haya un hombre menudo, con cabeza gacha, hablar temeroso y ojos profundos que luce una gorra azul, desteñida por su longevidad, que lleva el nombre de Maracaibo en amplias letras blancas. Viste, muy humilde, una camisa de manga larga pero él prefiere doblarla hasta sus codos para mitigar el abrasador calor que baña la cara de sudor de todos los que caminan entre la histórica Plaza Baralt, justo al lado del emblemático Centro de Arte “Lía Bermúdez”(CAM-LB), un centro cultural muy conocido por los marabinos y los amantes del arte.
Allí, y en un quisco de tipo semicírculo de un gris claro, está la venta de libros usados, pero muy cuidados, predilecta de los pocos lectores de la ciudad, y hasta del estado Zulia. En sus angostas hileras se amontonan decenas de libros que confunden a los clientes entre títulos con caracteres grandes, medianos y pequeños; muy coloridos y oscuros. Hay revistas, libros escolares y hasta textos para carpinteros. No pueden faltar los discos de música tropical, la gaita zuliana y hasta los boleros más entrañables. Aquel rincón es, sin duda, un nido de tranquilidad y resistencia en medio de tanto caos.
Sus inicios en Maracaibo
La pequeña librería al aire libre es un verdadero paraíso, pero no podría ser real sin su creador, el hombre que le ha dado vida por más de una década y que aún sostiene aquella labor de librero con entusiasmo y entrega. Armando Arriaga (Los Puertos de Altagracia, 1946) se ha dedicado desde el año 2004 a la compra y venta de libros, especialmente de literatura universal y nacional, historia, política, amplias biografías y obras ilustres que son un tesoro para los amantes de la lectura que acuden al quiosco en busca de algo por leer o establecer amenas tertulias sobre algún texto en especial que pueden ir desde obras de Ernest Hemingway hasta José María Gironella.
El señor Armando o simplemente Armando (como le llaman sus clientes y el resto de los vendedores de la zona), emigró de su pueblo natal a Maracaibo en 1960 en busca de mejores oportunidades académicas ya que por aquel entonces en Los Puertos de Altagracia, una población pesquera a las riberas del Lago, solo ofrecían tercer año de secundaria y el deseo de Armando era obtener el titulo de bachiller e ingresar a la universidad. En su tierra natal dejó a sus padres y hermanos, llegó a Maracaibo y unas tías le ofrecieron alojo hasta que pudiera completar sus estudios. A visitar a su familia iba los fines de semana, según relata, en unas embarcaciones que salían del malecón de Maracaibo hasta otros municipios de la Costa Oriental del Lago.
“Yo estudié en el liceo Jesús Enrique Lossada, de ahí salí en el año 1969 y después ingresé a la Universidad del Zulia a estudiar Administración”, comenta Armando, sin embargo el panorama político del país entonces llevó a un cierre parcial de la universidad y a un paro que obligó a Armando a buscar una alternativa para subsistir trabajando en una fabrica de textiles en Caracas, la capital.
Para aquel tiempo, la madre de Armando y su padre, que era funcionario policial, ya se habían mudado a Maracaibo junto al resto de los hijos, pero estando Armando en Caracas la nostalgia por su tierra y los suyos lo llevó nuevamente a la tierra del Sol amada, como también se le conoce a Maracaibo. Armando prefería estar cerca de su familia pero debía buscar trabajo y fue justamente en Los Puertos de Altagracia donde un familiar le dio trabajo en una terraza, un abasto donde se vendía alcohol y por las noches servía de pista de baile. Según sus recuerdos, era un buen pago el que recibía pues le ayudaba para costear sus necesidades.
De vigilante a librero
Luego de haber trabajo en Caracas y en Los Puertos de Altagracia, una prima de Armando le consiguió un empleo en una cadena de supermercados. Comenzó desarrollando el cargo de vigilante por más de un 22 años y logró llegar a jefe de seguridad, pero la época de las vacas flacas no se hizo esperar y la cadena comercial quebró y por lo tanto todos los trabajadores fueron liquidados con una paga de cinco millones de bolívares (una cifra que para el año 2000 era medianamente aceptable para vivir), pero el dinero se acabó ante la falta de ingresos y Armando, con un hijo ya, decidió vender los libros que compraba al Círculo de Lectores de Maracaibo cuando era miembro y podía elegir sus lecturas favoritas.
“Un día se me ocurrió vender libros, chico, y llegué aquí. Coloqué los libros en el piso y me senté en el muro ese”, señala con su mano mientras una sonrisa se le dibuja en la cara, recordando el inicio de un oficio que le llena de satisfacción. A partir de entonces y con buenas ventas, Armando siendo ya un hombre de la tercera edad, decidió ir a los mercados populares de ropa y otros tipos de accesorios usados, entre esos enciclopedias y novelas, para comprarlas y venderlas en su quiosco (el que le fue otorgado años después) desde que inició a vender libros.
Entre los libros más pedidos por los clientes se encuentran Cien Años de Soledad del colombiano Gabriel García Márquez, incluso, algunos libros del brasileño y polémico Paulo Coelho son muy solicitados, pero obras memorables como El jugador de Fedor Dostoievski no permanecen mucho tiempo en sus manos, igualmente Sobre la misma tierra del venezolano Rómulo Gallegos está en las listas de peticiones.
Entre las dos columnas que forman el quiosco, se pueden encontrar textos de Fernando Herrera Luque o de Moisés Naím. Gibran Jalil Gibran también tiene un espacio particular en medio de esa muralla de conocimientos.
“Los libros de Gabriel García Márquez son los más vendidos, la verdad, pero textos como los de Julio Cortázar o José Donoso también tienen mucha salida”, comenta el librero de la Baralt mientras limpia las repisas de hierro que sostienen historias infinitas plasmadas en obras especiales de diferentes ediciones.
Armando siempre ha sido un lector asiduo. “Desde que me levantó hasta que me acuesto es leyendo, pero entre los problemas en la vista y la falta de memoria he dejado un poco de leer porque me molesta no recordar todo”, dice entre una sonrisa que demuestras más tristeza que humor ante la imposibilidad de no poder devorar libros como lo hacía antes. “Cuando leo quiero terminar rápido uno para comenzar con otro; a veces dejo un libro sin leer porque quiero saber de qué trata otro que me llama la atención”, dice levantando más su cuerpo y demostrando más serenidad con una sonrisa que parece autentica.
Armando reposa mirando el malecón de Maracaibo que se posa frente a sus ojos; cavila para sí mismo, comienza un nuevo recuerdo y saluda a las personas que pasan a su lado y que desde lo lejos gritan su nombre. En la Plaza Baralt es muy querido, algunas amigas de siempre le llevan mangos y le compran revistas, otros se detienen frente al quiosco mientras ofrecen libros que tienen en sus casas. Muchos de los libros de Armando son producto de regalos; comenta que profesores universitarios y hasta abogados le han regalado bibliotecas enteras que poco a poco ha ido vendiendo pero en su casa, donde vive con varias hermanas y sobrinos, aún quedan cientos de libros e historias por vender.
Cuando le pregunto por su hijo evita responder, no le insisto, pero al final responde que se fue a Colombia, su voz se entrecorta, y desde entonces no ha regresado más. Es su sobrino quien le colabora en bajar y subir libros, es como otro hijo para él. Armando no es un intocable, también sufre las penurias y las necesidades de la mayoría, dice que muchas veces ha prestado libros a estudiantes que necesitan investigar temas para la universidad, algunos los devuelven, otros más nunca regresan pero el desapego de Armando por los libros es genuinamente admirable pues para él que ya casi no puede leer, es importante que otros lo hagan en su nombre y así cultivar más el fomento de la lectura en un país preocupado por otros temas. Armando es un hombre muy solidario.
El sol no da tregua y los inclementes rayos penetran las aguas del Lago de Maracaibo, me despido de Armando, siempre me cautiva su quiosco, cada libro y la Plaza Baralt. En ese pequeño rincón de Maracaibo me despego de la realidad por ratos y me siento como en un paraíso, desconocido para muchos pero único para mí. Antes de irme definitivamente miró hacia atrás y ahí está Armando, sentado en un su banca de madera, sonriente y amigable, sosteniendo un libro o anotando pedidos. En medio de tanta turbulencia, sé que en su pequeño mundo hay un espacio para todos, tómese esta pequeña crónica como un homenaje para él y su oficio, brillante y único.
➨ Texto escrito por Carlos Guerrero Yamarte (@SrVenezolano), director deSubversión en letras y estudiante de Periodismo en la Universidad del Zulia (LUZ)
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