Es factible que el régimen haya preferido no asumir el costo de fuerza de apresar a Guaido en su retorno. Sabe que se cerraría el círculo de la presión internacional
La crisis política en Venezuela es un conflicto que pica y se extiende. El enfrentamiento político, diplomático, discursivo y dialéctico entre las dos figuras políticas que han tensionado las fuerzas en el país a su máximo nivel están en pleno auge de un choque de poderes: Nicolás Maduro (presidente de facto) y Juan Guaidó (presidente interino).
Mientras la crisis económica y social se agudiza, en medio de una hiperinflación de 2.600.000%, depresión económica en el aparato productivo del 80%, pobreza de ingresos en el 80% de la población, pobreza extrema del 60% y una crisis sanitaria sin precedentes, los extremos se polarizan más en un estatus quo que demuestra un verdadero juego cerrado en el complejo tablero de la política venezolana.
Pero paradójicamente, la situación en Venezuela ya no posee una naturaleza exclusivamente política ni se trata de una crisis económica convencional. Lo que sucede en Venezuela ha llegado al indeseado punto de convertirse en una anarquía social (algo peor que el caos) y en un conflicto político excepcional de carácter semi-bélico.
¿Por qué? En su afán antiético de conservar el poder a toda costa, los miembros del régimen de Maduro atrincherados en la alta cúpula civil y militar que controla todos los monopolios de capitales, armas e influencias en la estructura de una especie de “para-Estado”, se instauró un sistema neocomunista que indujo una crisis socioeconómica planificada con el objetivo de crear un ambiente de pasividad en la población que le impidiera perder el poder por la vía de los votos, aunado a que se apoderó de todos los órganos del Estado.
Ante esa realidad, en la clase política venezolana de la nueva generación surgió un outsider que captó el capital político de un momento estelar que supo explotar. Se trata de Juan Guaidó al llegar a la Presidencia de la Asamblea Nacional y juramentarse como presidente interino de la República para maximizar el costo de la estrategia de Maduro de inducir su “elección” forzosamente (el 20 de mayo de 2018) para un segundo mandato mediante artimañas políticas, jurídicas y electorales teniendo control total del CNE.
Desde el 10 de enero de 2019, los acontecimientos se han generado vertiginosamente, pero los hechos violentos del 23 de febrero en las fronteras con Colombia y Brasil para impedir el paso de la ayuda humanitaria aceleraron el ciclo político y la velocidad de los hechos para que Guaidó ganara un nuevo impulso internacional. Esa era la estrategia de fondo con el elemento táctico de ayuda humanitaria, que también es un elemento político y diplomático. Y generó resultados.
Guaidó aprovechó el trampolín de la ayuda humanitaria para partir a una gira desde su aliado más cercano: Colombia, hacia Ecuador, Argentina y Paraguay, lo cual creó las condiciones para persuadir a la ONU de que se atreva a declarar la crisis humanitaria en Venezuela y aplicar medidas diplomáticas de carácter global que obliguen al régimen de Maduro a ceder posiciones.
Pero la realidad es que el retorno de Guaidó a Venezuela, burlando una medida cautelar de prohibición de salida del país impuesta por la Contraloría del Gobierno de Maduro, y entrando por el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía (estado Vargas, lugar de origen de Guaidó) representó un hito de fuerte simbolismo político y social.
Esa jugada de Guaidó lo catapultó como una figura política de peso que neutralizó la retórica beligerante del régimen y a la vez como un patrón de persuasión en la sociedad venezolana alusivo al regreso de connacionales al país en un lugar que actualmente es ícono de la emigración de venezolanos, como lo es Maiquetía, cuando hasta hace pocos años era un ícono del turismo internacional.
Estos hitos marcan la ruta que lleva Guaidó y que además imponen la agenda política en el país, pues toda acción del presidente interino que implica presión social, captación de apoyos y alianzas internacionales se traduce en una respuesta reaccionaria del régimen de Maduro con discursos amenazantes y atrincheramiento en el poder militar y en el monopolio de la violencia, que es absolutamente dominado por el régimen.
Es factible que el régimen haya preferido no asumir el costo de fuerza de apresar a Guaido en su retorno. Sabe que se cerraría el círculo de la presión internacional.
Las amenazas de Estados Unidos también influyeron. Pero además, la ruptura de la cadena de mando y las pugnas en la cúpula por el rumbo a tomar ante el aislamiento interno y externo son las razones que explican la postura del régimen a la defensiva, así como su silencio por su inacción contra su máximo rival político en este momento.
Y precisamente, este 6 de marzo Estados Unidos revocó 77 visas a venezolanos allegados a Nicolás Maduro, según anunció el vicepresidente de ese país, Mike Pence. Esta es otra medida que implica un aislamiento político y personal para los funcionarios vinculados a la cúpula del régimen. Este tipo de acciones busca aumentar las fricciones internas para que más funcionarios y grupos de interés se deslinden de Maduro al ver subir los costos de seguir apoyándolo.
La presión sigue. Los extremos se tensan cada vez más y el punto de quiebre podría llevar a dos escenarios altamente factibles
En paralelo, el gobierno de Maduro decidió expulsar al embajador de Alemania en Venezuela, Martin Kriener. Así se evidencia que actúa de manera reaccionaria. Y es que al ejecutar actos políticos propios de un gobierno (de facto) forajido, lo que hace es acelerar la velocidad de los acontecimientos al subir los costos diplomáticos de seguir en el poder, pues provoca tensiones internacionales que lo aíslan más.
De hecho, el propio enviado especial de EE.UU. a Venezuela, Eliott Abrams, aseguró que imponer “sanciones secundarias” contra el gobierno de Nicolás Maduro es una posibilidad, pero “aún no es el momento”.
Por ello, no debe descartarse que en el transcurso de marzo se impongan nuevas sanciones de Washington al régimen, pero no políticas, sino financieras estrechamente relacionadas al bloqueo de cuentas en bancos corresponsales, más congelación de fondos y presión a Rusia para que deje de actuar como testaferro de Maduro al almacenar capitales de PDVSA en cuentas de la estatal en bancos rusos para ayudarlo a evadir el bloqueo estadounidense sobre las exportaciones de petróleo venezolano.
Y en el plano doméstico, Guaidó incrementa su apuesta y recurre a la presión institucional mediante la concertación de apoyos con los sindicatos de empleados de la administración pública del país, que realizarán acciones de protesta, huelgas y paros escalonados para minar la operatividad de los organismos estatales que Maduro controla con su aparato burocrático-partidista (PSUV).
La presión sigue. Los extremos se tensan cada vez más y el punto de quiebre podría llevar a dos escenarios altamente factibles: 1) una negociación de poder tutelada por el arbitraje internacional y las fuerzas políticas venezolanas; 2) una salida mediante la fuerza internacional luego de que la ONU agote todos los mecanismos diplomáticos y el Consejo de Seguridad logre aprobar una resolución sobre Venezuela (si Rusia no la veta). Amanecerá y veremos.
➨ Artículo escrito por Ricardo Serrano (@RS_Journalist), es estudiante de Comunicación Social en la Universidad del Zulia, analista político y articulista habitual de Subversión en letras.
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