Cuando Fidel Castro murió en el 2016 la prensa no dejo de asegurar que Raúl sería el eterno protector del “legado” del Comandante, como se hacía llamar entre la población, sin embargo, lo que no sabía la prensa y la ciudadanía era que el albacea no sería por mucho tiempo el presidente Raúl, sino, que su sucesor: Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez (Villa Clara, 1960). ¿Pero verdaderamente la familia Castro y la “Generación histórica” dejarán que Díaz-Canel guíe los pasos de la Revolución? Obviamente que no.
El
nuevo presidente del Consejo de Estado
de Cuba, que es el órgano encargado de llevar las riendas del Poder Ejecutivo
en la isla, fue electo por “mayoría absoluta”(con el 99,83%), todo esto, en
medio de las críticas de la sociedad civil y de la fragmentada oposición cubana
que se divide entre el exilio de Miami, la clandestinidad o las cárceles del
régimen. Díaz-Canel, sobrio pero ortodoxo, se supo ganar la confianza de Fidel
y Raúl, pero no la de los longevos comandantes que coadyuvaron a derrocar la
dictadura de Fulgencio Batista. Muchos
de ellos, como Ramiro Valdés, ven
con recelo que un hombre nacido después de la Revolución y que tenga algunos
pensamientos moderados sea el que lidere el régimen que con tanta sangre
derramada han logrado sostener en el tiempo.
Aunque
la desconfianza exista, Díaz-Canel no es una esperanza para los cubanos y el
discurso que entonó con aire fresco pero convencido el 19 de abril frente a los
603 diputados que le eligieron lo termina por confirmar. En primer lugar,
admitió que su elección es un cambio de guardia pero no del todo, pues se
mostró resignado en que Raúl Castro
vaya a ser el que continúe decidiendo sobre los asuntos más delicado de la isla
caribeña, esta vez, desde la poltrona de la secretaría general del Partido Comunista de Cuba (PCC), en segundo lugar, el albacea
reiteró con especial adulación que “la Revolución continúa”, así como que “no
habrá reformas” ni desviaciones al capitalismo y todo ese palabrerío de
borracho que no se cansa de repetir la izquierda. Pero el foco de atención
final fue cuando arengó el sanguinario “Patria, socialismo o muerte o muerte.
¡Venceremos!”. Fue la última gota que derramó el vaso.
El
diario 14 y medio, dirigido por la
bloguera Yoani Sánchez, publicó un
artículo en el que señalaba que Miguel
Díaz-Canel “fue el tipo que supo esperar”, especialmente, porque siempre se
mantuvo bajo perfil, no ofrecía virulentos discursos ni mucho menos intentaba
aparecer en las portadas de los periódicos controlados por el régimen
castrista, a diferencia de sus compañeros, que buscaban imponerse con sus
apariciones públicas, fotos con los líderes de la “Generación histórica” y
discursos conmemorativos que siempre buscaban posicionarse como una ficha
sucesoria. Díaz-Canel se ganó la confianza de Raúl, estrictamente, porque hablaba poco.
Ahora,
Díaz-Canel como nuevo albacea tiene grandes retos por delante, no solo el de
sobrevivir con las críticas internas de los comandantes de la Revolución, sino
que debe centrarse en superar la legendaria crisis económica de Cuba que ha
visto renacer los fantasmas con la destrucción de Venezuela, principal socio
financiero, y que mantiene a la población con cierto temor ante los recuerdos
del Periodo Especial. El economista cubano Elías
Amor Bravo, quien publica en el blog Cubaeconomía,
aseguró que “la economía es el desafío más importante que deja Raúl Castro a su sucesor”. Y esa misma
opinión la comparten los cubanos de a pie, el taxista, el verdulero, el guía
turístico, la ama de casa, el albañil y hasta las prostitutas.
Bien
se ha dicho que Díaz-Canel no representa un sentimiento de cambio, pero puede
que desde las nuevas generaciones se presione para que las reformas económicas
se lleven a cabo en los dos lustros que tendrá como mandatario para abrirle
camino a su sucesor. También las
reformas políticas y democráticas deben hacerse, y es un momento especial para
recordar la batalla que los cubanos por la libertad y la democracia.
- Artículo escrito por Carlos Guerrero Yamarte | @SrVenezolano
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