La democracia en América Latina ha
estado en peligro desde que se instalaron los sistemas democráticos en la
región y que lograron establecer esquemas políticos que al pasar de los años se
han ido amoldando a los avances de la modernidad que ha traído consigo, en un
principio, bienestar pero que los fantasmas del pasado y las visiones
dogmáticas, como el populismo de la mano con recetas fracasadas del socialismo
y neoliberalismo, han impulsado con mayor ahínco en naciones que se sostenían
de fortaleza y prosperidad.
En
estos momentos, luego de atrasos estrepitosos como el de Venezuela, podríamos
entender que gracias a la aplicación de un modelo fracasado con evidencias, que
además fue importado de Cuba bajo el infame mandato de los siniestros hermanos
Castro,
la región se ha visto
envuelta en problemas graves de aumento de la pobreza, así como la desigualdad,
aunque sean los fanáticos teóricos de la izquierda los que griten a los cuatro
vientos que gracias al socialismo la riqueza de las naciones se ha repartido
“equitativamente”, y lo más preocupante, los altos niveles de desprecio y
desmoralización de la democracia, como en Nicaragua o Bolivia.
Sería
un desaire no mencionar los ejemplos trágicos de otras posiciones políticas e
ideológicas, donde se han cometido errores que poco a poco van destruyendo el
sentido humano de anhelo democrático en América Latina. Indultar a un criminal,
como lo hizo Pedro Pablo Kuczynski en Perú, es dar un paso atrás a los avances
que la nación inca ha aprovechado a implementar durante los últimos tiempos,
aunque su clase política no esté a altura.
Lo
mismo ocurre en Brasil, el gigante del Sur, donde el Estado prácticamente se ha
convertido en un almacén de delincuentes, que se han trasladado a todos los
partidos políticos, pero la gran diferencia y la considero ejemplar, es que la
justicia brasileña es justa con quien tiene que ser justa, es decir, con todo
aquel que vulnere la ley. La condena a
Luiz Inácio Lula da Silva es una muestra de la amplitud e imparcialidad de
la justicia, así como las investigaciones abiertas a ministros, diputados,
senadores, alcaldes, gobernadores y ex líderes de los partidos políticos de
Brasil son otra prueba de eficacia de los tribunales.
Venezuela
es un caso dramático, es el peor de la región, incluso superando a la historia
y realidad actual de la Revolución cubana. En la nación bolivariana, el Estado
se ha transformado en un monstruo que se sostiene con despóticas decisiones
institucionales, cuyas instancias son gobernadas por los tentáculos del Partido
Socialista liderado por Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, y cada acto, cada
fallo es favor del establishment chavista, mientras que la ciudadanía, la
nación entera, es lanzada al abismo de una profunda e inédita crisis económica
que ha obligado a casi 4 millones de venezolanos a huir en masa por sus
fronteras a Colombia, Brasil o incluso en lancha, al detestable estilo cubano, las Antillas menores más cercanas de nuestra
costas.
Lo
que ocurre en Honduras es otro caso bochornoso que pasará a la historia como un
recorte terrible a los derechos y a la democracia, así como un golpe mortal a
la Constitución. Juan Orlando Hernández, conocido en los medios nacionales como
JOH, logró transgredir la Constitución y reelegirse con resultados dudosos y
que la misma OEA ha sido ferviente al criticar. El monopolio que gobierna
Honduras ha sido capaz de violar la máxima carta nacional para preservar sus
intereses, los cuales no representan a la democracia y libertad.
El
país que ha copado la atención es Colombia, no por su decrecimiento económico o
por tener un Estado que viola a mansalva los Derechos Humanos, sino, porque su
democracia y estabilidad están amenazadas con la entrada a la palestra política
de la mayor organización narcoterrorista que pueda existir en la región, que
además ha sido financiado por La Habana y Caracas en estos últimos años con
mayores fondos. Las FARC, hoy intentan presentarse como Fuerza Alternativa
Revolucionaria del Común, han decidido, hacerse con el poder político mediante
la democracia para posteriormente aniquilarla como hicieron durante más de
cincuenta años con campesinos y civiles inocentes de las pugnas entre el Estado
y mencionada organización criminal. Es fundamental que los colombianos logren
cohesionar sus fuerzas e inteligencia para neutralizar las aspiraciones
totalitarias de la camarilla de criminales que controlan las FARC, que nunca
será un partido político, ya que su filosofía es de guerra y muerte.
América
Latina y los que la conformamos debemos execrar a los populistas y farsantes
que “hacen vida política” en nuestros país, solo así lograremos preservar la
democracia, la institucionalidad del voto y el poder ciudadano que en varias
naciones se encuentra secuestrado por una minoría gubernamental que ha fracaso
en sus proyectos y pretende perpetuarse mediante mentiras y demagogia.
- Artículo escrito por Carlos Guerrero Yamarte | @SrVenezolano
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