En los últimos meses Lula Da Silva se ha visto en el ojo del huracán judicial
Pensar en Brasil y no acordarse de la presidencia y las batallas que desencadenó Luiz Inácio Lula Da Silva, en su época del sindicato de la metalurgia, puede ser un poco desconsiderado. Lula Da Silva lideró masivas e importantes huelgas contra la dictadura militar en los 80 y fue un acérrimo opositor a la desmedida represión que se instauró con violencia en Brasil.
Lula participó en distintas contiendas para la presidencia, pero siempre resultaba derrotado por la derecha de su país; no fue hasta el año 2002 cuando logró ganar la elección presidencial de la mano de la organización policía que él mismo ayudó a crear: el Partido de los Trabajadores (PT) de tendencia marxista y socialista democrático.
Aquel año fue de felicidad para el ex sindicalista se convirtió en una luz de esperanza para los lugares más remotos del gigante sudamericano, ya que era visto como un “hombre pobre” que estaba dispuesto a enfrentarse con el gran capital con tal de devolverle a Brasil lo que tanto imaginaba de chico, pero todo eso comenzó a caer desde que se destapó la olla de corrupción que se calentaba en sus sucesivos gobiernos como presidente.
Es cierto que el gobierno petista de Lula le dio apoyo y estabilidad a Brasil, muchas personas salieron de la pobreza y consiguieron empleo; la desnutrición bajó a niveles históricos y el apoyo del Estado a las regiones más pobres fue evidente con el plan “Beca familia” (que ya había iniciado el expresidente Fernando Henrique Cardoso). Brasil se convertía en un país menos desigual, la industria crecía y la gente parecía feliz con los avances de su país. Todo era color rosa.
Todo se tiñó de negro cuando Lula y su partido fueron acusados en el 2005 de un escándalo llamado “Mensalón” (o escándalo de las mensualidades) el cual consistía en pagar grandes remuneraciones a un partido aliado si en el Congreso o Senado, votaban a favor de las políticas impulsadas por el bloque del PT. Sin embargo, eso no detuvo que Lula ganará la presidencia y consolidara su poder.
Al culminar su segundo período presidencial, Lula salió con una buena popularidad en todo Brasil, su partido era buen visto aunque ya muchos miraban con recelo al oficialismo por el escándalo del 2005 y otros menos comentados.
Lula designó como su sucesora a Dilma Rousseff, quien fue ministra de Minas y Energía en el primer período y Jefa del Gabinete Civil en el segundo gobierno, pero tal jugada le saldría cara al “querido” presidente.
Ya en el año 2016 y con Dilma destituida como presidenta por un maratónico y cuestionado impeachment, o juicio político, la justicia brasileña ha comenzado a soplar el castillo de naipes del líder político petista.
La primera acusación surgió cuando fue arrestado en su casa y luego interrogado por la Policía federal por la tan mediática “Operación Lava Jato” (Operación Autolavado), otro gran escándalo de corrupción junto al de la petrolera estatal Petrobras. Pero hace poco de una semana, el juez federal Ricardo Leite, imputó a Luiz Inácio Lula Da Silva por tratar de sobornar a un acusado de la corrupción desatada en la empresa petrolera de ese país, una noticia que ha causado revuelo y los medios de comunicación, que han sido grandes opositores al proyecto del Partido de los Trabajadores, no han dejado de mencionar.
Como se pudo observar, Lula ha tenido sus altas y bajas, unas son buenas y otras han sido malas para el expresidente, pero lo cierto en el caso es que millones de brasileños ven positivamente la imagen de Da Silva y están dispuestos a ir a donde sea para reclamar su apoyo, incluso, a unas elecciones presidenciales en las que ya se ha maquinado el carismático político. Solo falta esperar y ver a dónde llevará esta imputación judicial a Lula, ¿a la cárcel o al Palacio del Altiplano?
Carlos Guerrero / @SrVenezolano.
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