Dialogar, disentir, criticar son actitudes completamente normales en cualquier sociedad democrática, excepto en aquellas donde el totalitarismo lo quiere imponer para lavarse la cara cuando en el mundo se le comienza a observar con intranquilidad, pues sus crímenes son inocultables y nadie les cree su discurso de falsa paz.
¿Quién puede dialogar con un cañón en su espalda, con presos políticos a granel y con una persecución sistemática?, claramente nadie porque el diálogo no sería real, sería un monólogo con la audiencia amordazada y los temas impuestos por aquel que se cree inocente o por lo menos eso intenta hacerle creer a los demás.
Cuando me preguntan cuál es mi posición sobre el diálogo, siempre suelo darle un visto bueno, pero en Venezuela el “diálogo” no es otra cosa que un instrumento de dilatación que utiliza el régimen para “ganar tiempo” en situaciones dramáticas, tal como la que vivimos hoy, y así intentar dañar la imagen de la Oposición, calificándola de “colaboracionista” por factores radicales.
Nicolás Maduro tiene semanas insistiendo en un llamado al “diálogo”, parece muy desesperado por sentar a la Oposición en la mesa que él impone y sobre los temas que él decida; está deseoso de lavarse la cara ante el mundo, necesita un poco de paz interior, pues los números en las encuestas no le dan desde hace mucho tiempo y las críticas que vienen del exterior son cada vez más claras: respeto a la Constitución (Referéndum Revocatorio) y libertad plena a los presos políticos. Maduro, en su afán de lograr conversaciones con la Oposición, telefoneó a un gran amigo suyo, como es el rostro del ex presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero y junto a él a dos expresidentes de América Latina quienes han sido unos fervientes adeptos al “modelo bolivariano”: Leonel Fernández y Martín Torrijos. Estos tres expresidentes están tratando de coordinar un “diálogo” de Maduro y la Oposición, buscan la manera, de la mano de la Unasur, de desviar la atención de los problemas reales del país y establecer una mesa donde sea el régimen en cuestión quien decida cada punto, algo que evidentemente los líderes opositores han cuestionado con dureza.
Da mucho qué pensar cuando estos expresidentes callan ante la brutalidad de la represión gubernamental en protestas de ciudadanos que no encuentran alimentos ni medicamentos, obligan a cualquiera a reflexionar sobre la palabra “diálogo” y si realmente se quiere aplicar en Venezuela; cuando Maduro ataca y vilipendia a Henrique Capriles o a Henry Ramos Allup, la gente se pregunta si Maduro quiere “diálogo” o quiere guerra, ya que su discurso es muy bipolar en cuanto a buscar “conversaciones”, pues por otro lado se sumerge en insultos y ofensas.
La desgracia nacional que vive Venezuela es muy seria, es preocupante en todos los sentidos y no es un juego de la “mesa redonda”; Maduro quiere salvar su pellejo buscando la manera de eliminar el Revocatorio y así poder seguir haciendo de las suyas en la presidencia, mientras la hambruna se comienza a expandir y los ciudadanos desesperados sin poder solucionar nada. Un diálogo no se puede establecer con imposiciones, no es posible dialogar con un régimen que ha destruido una nación entera, pero sí se puede entablar una mesa de negociación que busque la manera más correcta, dentro de la Constitución, para salir de Maduro y esa manera ya es bien vista en el mundo y en el país: es el Referéndum Revocatorio.
Mi consideración a los llamados de un fulano “diálogo” es que es falso, es mentira que el régimen quiere resolver la crisis, todo es un show que busca la foto y la noticia para que en el mundo crean que Venezuela “busca la paz”, la OEA en voz de Luis Almagro lo ha expuesto y lo seguirá exponiendo, Maduro se ha convertido en un dictadorzuelo, en un verdadero déspota que no quiere dejar el poder porque su norte es la producción constante de miseria. El diálogo a muerte no beneficiará a los desamparados, solo al régimen corrupto e ineficaz.
Carlos Guerrero / @SrVenezolano.
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