Muchas fueron las penurias y adversidades por las cuales Latinoamérica tuvo que pasar cuando vivió la terrible experiencia histórica de las dictaduras del Cono Sur, tras haber superado esa etapa, pareciera que la región volvió a caer en otro abismo, pero uno diferente, caracterizado por gobiernos que si bien no estaban constituidos por dictaduras militares, lo estaban por autoritarismos civiles, puede que algo peor incluso, ya que la sed de poder que poseen esos gobiernos de Argentina, Ecuador, Colombia, Guatemala, Venezuela, Perú, Chile, Bolivia, Uruguay y Brasil era inconmensurable en comparación con aquellas dictaduras que fueron derrocadas por el clamor de un pueblo, un clamor que parece verse limitado actualmente porque nuestros gobernantes recurren a mecanismos “constitucionales” para impulsar reformas, enmiendas y modificaciones en leyes que les permitan la reelección o el alargamiento de sus períodos presidenciales; tal es el caso de la revolución pseudosocialista de Chávez en Venezuela, la hegemonía del kirchnerismo en Argentina, la reelección de Correa en Ecuador, los gobiernos políticamente inconclusos de Colombia, la corrupción del último Gobierno de Guatemala, el fujimorismo en Perú, la dictadura de Pinochet y el régimen de Allende en Chile, la hegemonía de Evo Morales en Bolivia, los gobiernos poco eficientes de izquierda en Uruguay, y finalmente, las dictaduras militares de Brasil y su sucesor político que ha llevado al país a una crisis política y económica: la hegemonía de 13 años del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), primero con Lula da Silva y ahora con Dilma Rousseff.
En la última década, los gobiernos de esos países y de esos presidentes se caracterizaron no solamente por estar todos del lado izquierdo en el espectro político, sino también por ser los precursores de un modelo basado en la ideología histórica creada por Simón Bolívar: el bolivarianismo, es decir, el principio de la integración política, económica, comercial, social, diplomática y geopolítica de los pueblos de América, especialmente los del Sur. Esto configuró los esquemas, agendas y sistemas de gestión de los gobiernos suramericanos hasta el punto de que todos hablaran de la justicia social, la igualdad, la prioridad del sector público sobre el privado, los programas de ayuda social, los subsidios a los servicios públicos, bienes y alimentos y a la política exterior de aversión total al orden geopolítico imperialista y capitalista aparentemente impuesto por la potencia mundial de la actualidad: Estados Unidos, es decir, un consenso entre todos los gobernantes sobre bajo qué modelo llevar las riendas de una región políticamente inestable a lo largo de la historia y económicamente aún subdesarrollada (con excepción de Chile, Brasil y Argentina, en ese orden) en comparación con los países de Europa Occidental y Central. Lo que la izquierda latinoamericana ha tratado de instaurar en los últimos diez años ha sido el erróneo y utópico socialismo del siglo XXI, modelo basado en darle mayor grado de prioridad y uso al gasto público de los fondos gubernamentales en financiar políticas que beneficien a los estratos más bajos de la población a base de subsidios alimentarios, de salubridad, servicios básicos y programas de ayuda social, lo cual no está mal, pero resulta ser un arma de doble filo porque ha creado un paternalismo sin precedentes en la región, estimulado la inamovilidad laboral haciendo que aumente la tasa de desempleo y baje la productividad del sistema laboral, así como ha exacerbado un populismo del cual gobiernos como el de Chávez y Maduro, los Kirchner, Correa, Morales, Bachelet, Lula y Rousseff se han valido para impulsar sus políticas de Estado y sus ofertas parcializadas a un segmento de la población que los apoya mientras que el otro (oposición) se queda relegado en el alcance los beneficios de un sistema (socialismo) que ha fracasado porque bloquea el crecimiento económico, que solo es posible a través de la inversión privada, sea local o extranjera, para incrementar el Producto Interno Bruto del país y darle desarrollo a todos los sectores de la economía de cada nación. Tal vez la ideología de Marx está tan sobrevalorada que hoy en día es política y económicamente obsoleta e inviable con un mundo tan globalizado como el que hoy tenemos.
Entonces, se ha llegado a un punto de quiebre en el que hemos observado cómo por estos motivos anteriormente planteados, los latinoamericanos le han dicho “¡ya basta!” a sus gobiernos, que se aferran a ideologías retrógradas con el propósito de mantener una base de apoyo en sus núcleos partidistas para seguir detentando el poder sin percatarse de la precariedad económica que viven sus países, unos más que otros, por supuesto.
Argentina cortó el avance del kirchnerismo al optar por un gobierno liberal, de derecha, promercado y pro empresa privada, como lo es el de Mauricio Macri.
Venezuela demostró su voluntad de gestar una transición política desde el Poder Legislativo a través de los mecanismos constitucionales que posee al elegir con una abrumadora supermayoría 112 de los 167 escaños de la Asamblea Nacional para la oposición.
Ecuador decidió que el autoritario Rafael Correa no se diera nuevamente el lujo de la reelección.
Colombia está dejando sin apoyos y en aislamiento político a Juan Manuel Santos por su cuestionada gestión y su poca competencia para erradicar el narcotráfico y negociar contundentemente y sin concesiones la paz del país con la guerrilla de las FARC y ahora, el ELN.
Guatemala dio una muestra de lucha cívica contra la corrupción al destituir desde el Congreso al presidente Otto Pérez Molina y a la vicepresidenta Roxana Baldetti por su implicación, así como la de buena parte del gabinete de Gobierno, en una red de fraude aduanero conocida como “La Línea”.
Bolivia le dijo no a la reelección de un Evo Morales que lleva 10 años en el poder al votar en contra de una enmienda constitucional que le daba esa posibilidad.
Perú parece estar volviendo a las andanzas del fujimorismo al apoyar mayoritaria pero reñidamente a la hija del expresidente encarcelado por corrupción Alberto Fujimori, Keiko Fujimori, aunque ella aparente ser más de centro-izquierda y menos propensa a la corrupción que su derechista progenitor y mentor político.
Chile sigue prefiriendo el socialismo de Michel Bachelet, aunque a pesar de ello siga siendo un país con fuerte convicciones políticas como para evaluar con contundencia la gestión de su mandataria y darle un cambio de rumbo cuando haya que dárselo.
Uruguay vuelve a tener un presidente de izquierda, Tabaré Vázquez, quien ya había gobernado país, pero sigue ideológicamente apegado al legado de su sabio predecesor José Mujica.
Y finalmente está Brasil, país que en los últimos 13 años ha sido gobernado por dos mandatarios del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), Lula y Dilma, pero que tras el estallido del escándalo de corrupción de una red ilícita de compras de contratos de constructoras afiliadas a la estatal petrolera Petrobras, ha cuestionado severamente al popular precursor, junto a Chávez, de bloques como el ALBA, la CELAC y la UNASUR: Lula da Silva, y a su hija política, Dilma Rousseff, el primero por presunta vinculación al caso de Petrobras por pagos de sobornos, y la segunda por maquillajes de las cuentas públicas para equilibrar el presupuesto y el déficit fiscal recurriendo a préstamos de bancos públicos para tapar el “agujero” que dejó tras desviar fondos de la banca pública al financiamiento de su campaña a la reelección en 2014. Todo eso lo ha logrado al impulsar desde el Congreso el inicio un proceso de juicio político o impeachment que fue votado con 367 votos a favor y 137 en contra, que será también votado en el Senado si se prueba su admisibilidad jurídica para así destituir a Dilma por 180 días y luego llevarla a un juicio final si no logra defenderse en un plazo de 20 días. Un claro ejemplo de la división de poderes que debe haber en una democracia, y más aún un sistema presidencialista de autonomía parlamentaria.
Es claro que los vientos están soplando en otra dirección, no quiero vaticinar que ahora todos los gobiernos de Latinoamérica serán de derecha después de un eventual sacudón que destierre a los actuales izquierdistas del poder, pero sí me resulta factible creer que las tendencias políticas en la región están cambiando hacia una correlación de fuerzas que le da más posibilidad a gobiernos que no sean de izquierda (derecha o centro) y que no cometan los errores que éstos cometieron, errores que de seguro el pueblo suramericano no se dará el lujo de volver a cometer y a permitir.
Es por ello que la estructura política de Latinoamérica parece ser tan frágil hoy en día como un castillo de naipes, que cada uno de los cambios que se están dando en nuestros países representa una carta que se cae de un castillo y que ya no puede soportar el insostenible peso de sus propios errores históricos, políticos y, más que todo, económicos.
Ricardo Serrano / @RS_Journalist.
Ricardo Serrano / @RS_Journalist.
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