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El fuego revolucionario se extinguió en cenizas de cinismo | David Caballero

 


Solía contarme mi padre que, en sus tiempos de juventud, aquellos años convulsos que siguieron al Mayo Francés, los jóvenes soñaban con la revolución. Se reunían en una casa o en una plaza, hablaban sonrientes sobre las "hazañas" guerrilleras en toda América y se animaban, guitarra en mano, con cánticos que insuflaban sus sentimientos revolucionarios.

Con el tiempo, la llama revolucionaria se apagó y muchos dejaron de fantasear con el fusil del Che. Pero el socialismo, que prometía una nueva vida e imponer la igualdad frente a los privilegios, llegó al poder por otra vía. Quienes no habían vivido los años de la "Cuba heroica", la Nicaragua revolucionaria o el Sendero Luminoso del Perú, ahora tomaban las banderas que sus padres habían perdido y reanimaban las luchas que la generación anterior había olvidado. 

La revolución se consumó. La igualdad fue la bandera más ondeada. El revanchismo no existiría. La fraternidad iba a ser el fin más preciado. Los privilegios llegarían a su fin. 

El futuro de la juventud estaría garantizado por la revolución. Su progreso, su desarrollo, sus sueños, anhelos y esperanzas estaban asegurados por la revolución. Veinticinco años después, muchos siguen esperando esas promesas. Otros, que alzaron las banderas de sus padres, se aferran al ideal revolucionario, lo defienden y lo viven. 

Pero los privilegios no cesaron, solo cambiaron de propietarios. La juventud revolucionaria ya no canta en la plaza: se reúne en salones y bares y, con whisky en la mano, sigue hablando sobre los sueños de sus abuelos. Si ellos pudiesen ver en lo que acabaron aquellas luchas… Los "ideales" terminaron en prebendas; la revolución ahora es reaccionaria y, en mi pueblo, la gente sufre peor que antes.

➨ Artículo escrito por David Caballero, periodista.

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