"La toma de posesión de un nuevo gobierno, democrático y de derecha, es ya de por sí esperanzadora para la nación andina y la región en general"
¿Puede imaginar nuestro querido lector un país que fue gobernado durante veinte años, casi de manera ininterrumpida, por el socialismo; donde su líder, con ínfulas de rey, quiso, por la vía rápida de una sentencia judicial, optar por la reelección indefinida y se presentó para un cuarto mandato en unas elecciones marcadas por la polémica, en las que la oposición, además de denunciar irregularidades, debió también hacer constar un fraude electoral; donde, luego de la crisis política desatada por la renuncia del dictador en potencia, una valiente mujer asumió la presidencia de manera interina con el compromiso de convocar nuevas elecciones presidenciales, que se llevaron a cabo en buena lid, pero que acabaron restituyendo en el poder al partido y al delfín del expresidente, quienes finalmente la llevaron a la cárcel en un acto de vil venganza, acusándola de “golpista”; y donde, pasados cuatro años, con el evidente fracaso de ese gobierno comunista y revanchista, los ciudadanos vuelven a las urnas decididos a ser libres y a desterrar del poder a ese movimiento político, votando por primera vez en décadas por la diestra del espectro político?
Pareciera un relato de fantasía, de esas historias con finales felices que aparecen solo en las fábulas. Pero no, mi querido lector: ese país existe, se llama Bolivia, y desde este fin de semana tiene un nuevo gobierno democrático encabezado por el presidente Rodrigo Paz.
Paz, hijo del expresidente Jaime Paz, quien ha acumulado una vasta experiencia política como diputado, senador y hasta alcalde de la ciudad de Tarija, ha marcado un hito en la historia boliviana: ponerle fin a dos décadas de socialismo destructivo.
Todo apunta a que en Bolivia hay un nuevo renacer democrático, la inauguración de una nueva era para una nación marginada que ahora busca deslastrarse de los gobiernos del Foro de São Paulo y conseguir su lugar en el mundo moderno.
Aunque la llegada de un demócrata cristiano al poder pueda parecer un gran triunfo por sí solo, luego de veinte años de gobiernos socialistas, no son pocos los retos que el nuevo gobierno boliviano debe afrontar. Y esto lo sabe claramente Rodrigo, quien no ha vacilado en revelar los desafíos que enfrentará durante los próximos cuatro años: la unidad y reconciliación de la nación boliviana; la recuperación y estabilización económica del país, con su propuesta de “capitalismo para todos”, para revertir la crisis que hereda; en materia de política exterior, “que Bolivia vuelva al mundo”, lo cual implica reencontrarse con Occidente y restablecer las buenas relaciones con Estados Unidos. Pero además, también deberá luchar contra todo el aparataje de corrupción institucionalizada que Evo y el masismo instalaron en el Estado boliviano durante años.
Estas son tareas titánicas, sobre todo para un país pequeño como Bolivia, una nación a la que tanto le ha costado tomar un rumbo bien definido. Y no solo durante las últimas dos décadas: Bolivia venía arrastrando deudas consigo misma desde el siglo pasado.
La toma de posesión de un nuevo gobierno, democrático y de derecha, es ya de por sí esperanzadora para la nación andina y la región en general. No creo que se trate de un nuevo giro a la derecha como el que vivimos hace una década y que acabó en varias decepciones. Creo que se trata de una nueva etapa en la que nuestros liderazgos y nuestras naciones tienen una nueva oportunidad para hacer las cosas bien y finalmente salvar la democracia y el progreso de nuestra América. Al nuevo gobierno boliviano no tenemos más que desearle éxito, y a los bolivianos: ¡Enhorabuena!
➨ Artículo escrito por David Caballero, periodista.
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