No deseo vivir en un país donde el bueno calla y el malo canta
Es sumamente doloroso ver cómo otro padre, otra esposa, otro hijo o amigo tiene que enterrar a un ser querido, porque para mí, un héroe de la patria es todo aquel que luchó, aun sin saber contra qué lo hacía. No hace mucho fue asesinado el senador Miguel Uribe Turbay, persona a quien no conocí, pero de quien sí he oído gracias a la tecnología. La misma con la que he podido oír y leer los discursos de Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, Rodrigo Lara Bonilla y Jaime Garzón.
Si miro a mi propia tierra, puedo ver casos como los de Renny Ottolina, Danilo Anderson o la miss Mónica Spear. Hombres y mujeres que, si bien tuvieron posiciones políticas distintas o en algunos casos ninguna, los une algo muy específico: la violencia. Esta no distingue color de piel, género, nacionalidad o edad; todos son hijos e hijas de la patria.
Esa violencia que, sin querer, conecta a las familias de estos personajes de la historia, ¿no es algo que nos conecta a todos? A venezolanos y colombianos, ¿no es eso algo que tenemos en común? Quizás la actualidad de los países hermanos sea diferente, pero es esa violencia la que nos une.
Recuerdo que mi abuela me contaba cómo se sintió el Bogotazo, aun cuando ella era muy pequeña. Recuerda muy bien cómo “el cielo se oscureció en mi pueblito, hasta Dios lloraba la muerte del Dr. Gaitán”. Ese relato siempre viene de la mano con un “en las calles se oía, mataron a Gaitán”. Venezuela no está libre de ese pecado, más aun cuando vivimos un tiempo donde los índices de inseguridad estaban por los cielos. Parece gracioso o incluso una mentira, pero el éxodo de venezolanos disminuyó ese porcentaje. Sin embargo, es difícil olvidar cómo todos perdimos a alguien por la violencia vivida en las calles de Venezuela, más aún en la Tierra del Sol Amado. Soy hijo de la violencia de Maracaibo; a veces los hijos también esperamos ansiosos a que un padre llegue seguro a su casa.
Hoy, Venezuela está a las puertas de un conflicto bélico y el país cafetero aún sigue en aquella guerra que, al parecer, es interminable. Estamos viviendo días donde es más fácil empezar una crisis que apagarla, y es desconsolante cómo nuestra generación —los que estamos en 2025 entre los 20 y 30 años— vive quizás los peores años de estas naciones. Un pueblo entierra a un hijo y el otro, a diario, se despide constantemente de los suyos.
¿Qué tienen hoy en día que ofrecer unos países que constantemente se están desangrando? No deseo vivir en un país donde el bueno calla y el malo canta. A mis 22 años, en plena flor de la juventud, sueño con lo que diría Lara Bonilla alguna vez: “No quiero que mis hijos crezcan en un país donde el crimen paga”. Pagamos los pecados que personas del pasado cometieron; estamos pagando la pena para que las generaciones del futuro sean realmente libres. Vivir en paz no tiene ningún precio.
Me quedo con una frase del Libertador: “Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”.
➨ Artículo escrito por José Reguillo, estudiante de Derecho en la Universidad Rafael Urdaneta (URU) de Maracaibo
Me parece una realidad y te felicito por ese maravilloso articulo dios te bendiga
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