"Brasil y China han firmado 14 acuerdos que permitirán a ambos países estrechar las relaciones en energía renovables, en la industria automovilística, la agroindustria, líneas de crédito verdes, tecnologías de información, en la sanidad y en infraestructuras"
El zorzal ha salido de su nido para volar directo a las fauces del dragón. El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, acaba de terminar un corto pero intenso viaje a China en donde ha podido establecer una línea de acción en lo que seránlas nuevas relaciones entre Brasilia y Pekín en medio de un panorama internacional que escenifica una nueva guerra fría entre las principales potencias mundiales.
Lula, acompañado de su joven esposa y de 240 empresarios brasileños, hizo su primera parada en la ciudad de Shanghái para participar en la ceremonia de toma de posesión de su íntima amiga Dilma Rousseff, la nueva presidente del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS. En la conocida como la Perla del Oriente, Lula aprovechó el contexto para dar un discurso donde dejo asomar lo que piensa sobre algunos aspectos cruciales de la política y la economía.
Por ejemplo, el mandatario brasileño afirmó que “el Nuevo Banco de Desarrollo surge como una herramienta para reducir las desigualdades entre países ricos y países emergentes, que se traducen en exclusión social, hambre, pobreza extrema y migración forzada”, agregando en esta intervención que “por primera vez se establece un banco de desarrollo de alcance global sin la participación de los países desarrollados en su fase inicial. Libres, por tanto, de las cadenas de las condicionalidades impuestas por las instituciones tradicionales a las economías emergentes. Y más: con la posibilidad de financiar proyectos en moneda local”.
Brasil, que desde el año 2012 es considerado por Pekín como un “socio estratégico integral”, mantiene un intercambio comercial con el gigante asiático valorado en 150.000 millones de dólares, con unas exportaciones brasileñas que alcanzaron para el año 2022 los 80.000 millones de dólares. Estos datos evidencian que la gira de Lula por China está marcada por unos intereses que no solo son de conveniencia para Brasil, sino también lo son para la segunda economía mundial que busca una mayor influencia política en América Latina que termine por desplazar a Estados Unidos.
Lula siguió con su discurso en Shanghái subrayando el papel que su gobierno aspira a desempeñar en el plano global. “El tiempo en que Brasil estuvo ausente de las grandes decisiones mundiales quedó en el pasado. Estamos de vuelta en el escenario internacional, después de una ausencia inexplicable. Tenemos mucho que aportar en temas clave de nuestro tiempo, como la mitigación de la crisis climática y la lucha contra el hambre y la desigualdad (…) Brasil está de vuelta. Con la voluntad de contribuir nuevamente a la construcción de un mundo más desarrollado, más justo y ambientalmente sostenible”.
Las palabras de Lula llegaron en un tiempo cuando China mantiene proyectos e inversiones en 23 de los 26 estados de Brasil. Es más, las empresas chinas han invertido en el coloso del sur nada más que 70.000 millones de dólares en áreas como la minería, la agricultura, la industria, las finanzas, las telecomunicaciones y en la medicina, de acuerdo a un artículo publicado en el laboratorio de ideas Global Americans.
En el encuentro de Lula con Xi Jinping, el brasileño soltó una frase que remarcaron los medios internacionales: “Queremos que la relación con China no sea meramente comercial. Queremos que trascienda más allá y que sea profunda, fuerte”. Claro está. Brasil y China han firmado 14 acuerdos que permitirán a ambos países estrechar las relaciones en energía renovables, en la industria automovilística, la agroindustria, líneas de crédito verdes, tecnologías de información, en la sanidad y en infraestructuras.
Pero Lula no es un ingenuo. Él sabe perfectamente que, aunque mantiene varias posturas muy cercanas a Pekín como es la de la guerra en Ucrania, la influencia de China genera urticaria en Washington, ciudad que visitó en febrero y sirvió de plataforma para reunirse con el presidente Joe Biden, con quien centró su conversación en la sanguinaria guerra desatada por Moscú el pasado 24 de febrero de 2022.
Más allá de la estrategia que pueda tener Lula, es necesario recordar que China no es un socio fiable, pues además de despreciar los valores occidentales, suele chantajear a distintos países y colocar de relieve su indiferencia por los derechos humanos y la democracia, llevando a otros a relativizar las libertades por imponentes proyectos económicos que permitan aliviar las graves dificultades que, principalmente, suelen padecer las naciones sudamericanas.
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