"Se puede combatir las trincheras ideológicas del socialismo desde una posición digna, democrática y fiel a los principios más nobles de la libertad, la igualdad y la justicia"
Se ha dicho que la dicotomía de derecha e izquierda es lo suficientemente anticuada para que siga estando en el debate político cotidiano, sin embargo, estas tendencias no se han esfumado; no han sido execradas del todo, empero han transformado su significado hasta el punto de colocarse un disfraz que les permita romper de alguna manera la polarización y seguir presentándose como una alternativa la una de la otra, aunque con definiciones variopintas.
De hecho, la izquierda y la centroizquierda ahora se definen como progresitas o ecologistas. Se limitan a especificar su posición en el tablero político, aunque defienden tibiamente ideas socialistas de vieja data que pregonan la misma infatigable lucha de clases; el ataque inclemente contra la empresa privada o el maniqueísmo de los poderosos y los desposeídos. Un ejemplo claro que podemos analizar es la llamada Nueva Unión Popular Ecológica y Social de Francia o la coalición colombiana del Pacto Histórico.
La izquierda, que en algunos países se envalentona y se radicaliza en sus propuestas, tal es el caso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) con Pedro Sánchez a la cabeza, ha logrado avanzar bajo estos eufemismos que desmontan por sí solos a figuras de historial comunista como Yolanda Díaz, quien como vicepresidenta segunda de España viste como los jóvenes europeos para intentar calar junto con el discurso progresista y feminista que busca soportar a su incipiente movimiento Sumar, una escisión del chavista Podemos.
No obstante, en la derecha, y en su centro, el fenómeno de transubstanciación gana terreno. Por mencionar el caso particular de La República en Marcha, partido del presidente francés Emmanuel Macron, o el movimiento ya casi que desaparecido del panorama político español Ciudadanos. Pero lo que mayor preocupación suscita es que los partidos de derechas tengan miedo de decir lo que son o se radicalicen y así le abran la posibilidad a la izquierda de entrar en parlamentos, gobiernos regionales o municipales y en peor escenario en mismísimos gobiernos nacionales, simplemente por el temor de ser estigmatizados, como si afirmar que ser de derechas es un anatema.
En los casos particulares de la radicalización de gobiernos de derechas está el de Brasil, donde el presidente Jair Bolsonaro no ha sabido defender los valores y principios que enarbola y ante esto, con una oposición que le dispara desde todos los ángulos producto de sus desvaríos, la posibilidad de una victoria electoral de Luiz Inácio Lula da Silva es factible en octubre. Asimismo, el caso sui géneris de El Salvador podría ser profundizado en su análisis ya que el presidente Nayib Bukele ha sabido moverse entre derecha e izquierda y fragmentar al electorado tanto de ARENA como del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Ahora, es de suma importancia destacar al Partido Popular de España, el cual no ha decidido radicalizarse ni esconder sus valores frente a un PSOE cada vez más desconocido por los propios españoles, cuyo presidente es capaz de pactar con los enemigos de la democracia, ni ante un VOX que no pierde la oportunidad de afilar sus discursos y acciones que le permitan demostrar una especie de puritanismo que en vez de fortalecer a la derecha la ha aislado y maniatado en el rincón de la terquedad.
Y en este punto de fortalecer a la derecha desde la racionalidad para detener el oscurantismo de la ultraizquierda, el Partido Popular con Alberto Núñez Feijóo tiene una gran responsabilidad ante sí que puede servir de ejemplo para los distintos movimientos en Europa y en América Latina: se puede combatir las trincheras ideológicas del socialismo desde una posición digna, democrática y fiel a los principios más nobles de la libertad, la igualdad y la justicia.
➨ Artículo escrito por Carlos Guerrero Yamarte (@CarlosGuerreroY), director de la plataforma informativa Globopais (@globopais)
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