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Combatir al marxismo para lograr la libertad | Carlos Guerrero Yamarte

                "El marxismo ha sido a lo largo de la historia una “alternativa” al desarrollo y,                   seriamente, esa segunda opción al avance de las sociedades solo es el abismo"




Cuando Karl Marx escribió en el Manifiesto Comunista aquella oprobiosa frase “¡Proletariados de todos los países, uníos!”, seguramente lo hizo tomando apresuradamente varios sorbos de vodka para calmar su ansiedad de vivir en un mundo donde se sentía completamente infeliz, aunque estuviese casado con una aristócrata que no lo quería pero sí le mantenía. Marx, desde aquellas páginas infames señaló el camino a seguir a distintos personajes de la política después de su muerte, incluso, hoy en día, su nombre es utilizado como sinónimo de “dignidad” y todo lo concerniente a la retórica socialista y/o comunista, al final lo mismo pero con diferente antifaz. 

Si de algo puede estar orgulloso Marx es de que se le haya construido una plaza con su nombre en Chemnitz, Alemania; una plaza bastante amplia para que confluyan manifestaciones de ultraderechistas y socialistas, incluso en estos tiempos tan duros para Europa. Pero si de algo se debería arrepentir Marx es de sus trasnochadas visiones que han servido y siguen estando a la orden de personajes siniestros que después de su muerte decidieron que el marxismo sería la guía del mundo para causar catástrofes en diversas latitudes de la tierra. Acontecimientos como el genocidio camboyano, por ejemplo, ha sido uno de los mayores reconocimientos a la profundización del marxismo en cuerpo de los Jemeres Rojos que terminaron por exterminar a millones de ciudadanos.

El marxismo ha sido a lo largo de la historia una “alternativa” al desarrollo y, seriamente, esa segunda opción al avance de las sociedades solo es el abismo, y con esto no se intenta imponer un solo pensamiento o un solo criterio, pero entre el liberalismo o el conservadurismo hay estímulos para crecer y avanzar, con sus claras diferencias del cómo pero la iniciativa de tener una sociedad desarrollada es el pilar en muchos casos, sin embargo, la principal propuesta de los marxistas-que de ese pensamiento se ha desprendido el comunismo, el socialismo y las distintas variantes conocidas hoy como el estalisnimo, maoísmo o castrochavismo, por ejemplo- para mostrarse como una diferencia entre el liberalismo, tomándolo como fundamento, es eliminar la propiedad privada y convertir al Estado en un agente de intervención que confisque la producción y las ganancias de determinadas empresas. Eso, sin duda, conduce al abismo indiscutible. 

La caída del muro de Berlín en 1989 representó el fin de una época, sin duda, mancillada por la Guerra Fría pero ante todo vejada por las ideas socialistas que infligieron a algunas sociedades europeas, especialmente, un dolor terrible, en magnitudes similares al causado por el fascismo y el nazismo antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Pero justamente el derrumbamiento del muro marcó el inicio de una ola libertaria de la conciencia colectiva que se percató de que su atraso no era obra maestra del gobierno británico o estadounidense, todo lo contrario, esa marginación y permanente secuestro de las condiciones de vida venía desde adentro. Los partidos comunistas no perdonaban disidentes-y no lo hacen-, y quedó demostrado con la Primavera de Praga; no se permitían que en sus países el indetenible sueño palpable de desarrollo se hiciera realidad en sus subyugados ciudadanos. Sin embargo, ese poder del Gran Hermano que nos relató Orwell, vigilante, estricto e implacable no logró detener la osadía de miles de millones de personas que dijeron ¡BASTA YA, ABAJO EL COMUNISMO!

Los testimonios de esas sociedades han quedado grabados en la historia de la humanidad. Hombres y mujeres que se declararon en rebeldía legítima en Rumanía o en la antigua Checoslovaquia contra un sistema cimentado en el marxismo que luego mutó a vestigios como el comunismo o socialismo adquirieron la conciencia de que luchar contra esta idea de control social absoluto era buscar el objetivo de la libertad, hoy, algunas sociedades como la venezolana o nicaragüense han buscado hasta ahora infructuosamente deshacerse del germen que encuba el marxismo. 

En América Latina, el marxismo se filtró hasta en la Iglesia Católica. En sus muros desde El Salvador hasta Argentina se pintaban consignas a favor de la Teología de la Liberación, que no es otra cosa que una visión absurda de buscar evangelizar con Lenin o el Che en el pecho en forma de crucifijo. Cuba sigue siendo el lugar de peregrinación de dirigentes comunistas del mundo, como Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero o intelectuales norteamericanos; no conforme con eso, Fidel decidió expandir sus tentáculos y convertir a Venezuela en un segundo templo donde los límites de la racionalidad se han visto sobrepasados por la deriva dictatorial de un régimen inhumano que ha destruido a una nación tan valiosa en el tema de recursos naturales y geopolítico solo por la ambición de permanecer en el poder y asegurar que sus dogmas-apadrinados por el marxismo más rancio- han triunfado, aunque sea sobre una población diezmada y famélica, que huye a través de sus fronteras en busca de sobrevivir al socialismo del siglo XXI.

Los valores liberales están retrocediendo, es verdad, la libertad individual, el libre mercado, el respeto por los Derechos Humanos, la libertad económica y de propiedad, la universalización de la educación libre y plural, pero si la resignación se convierte en religión, posiblemente se le esté entregando el mundo al marxismo o a sus adversarios que al final son igualmente de perjudiciales para la libertad. 

Las sociedades abiertas tienen la obligación política, moral y de subsistencia de hacerle frente al marxismo y sus bastardos. No se puede permitir que las instituciones sean corrompidas y envenenadas, que el Estado de derecho se transmute en un gallinero de algarabía progresista que no es otra cosa, como diría José María Aznar, que “el disfraz posmoderno del socialismo”. Se debe entender definitivamente que luchar contra el marxismo es lograr la libertad, convertirla de utopía en realidad.

La labor de laboratorios de ideas como la Fundación Friedrich Naumann es un ejemplo del inquebrantable espíritu liberal que no se permite un solo minuto de descanso en la enseñanza de los valores universales, de esos derechos fundamentales inalienables en una sociedad abierta. En Venezuela, la conquista en el ideario ciudadano del liberalismo y de su democracia liberal debe ser parte de los objetivos a alcanzar de los partidos políticos que tengan entre sus pensamientos la libertad en vez del marxismo.

Artículo escrito por Carlos Guerrero Yamarte (@SrVenezolano), director deSubversión en letras y estudiante de Periodismo en la Universidad del Zulia (LUZ)

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