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México, ¿de la democracia a más democracia? | Por Carlos Guerrero Yamarte

La democracia es imperfecta y de eso sabemos mucho los latinoamericanos. Nuestros sistemas políticos son volátiles porque un día gobierna la derecha y otro la izquierda o el centro, también podríamos llamarle alternancia, sin embargo, aún en varios países de nuestra inmensa región la izquierda no tiene y no ha tenido desde hace décadas representación en los palacios presidenciales, como también ocurre en Cuba o en Venezuela con la derecha e incluso la izquierda democrática, pero lo que ha ocurrido en México ha cambiado  y, se podría  decir, ha revolucionado su historia para siempre.

Andrés Manuel López Obrador, conocido popularmente en el país azteca como AMLO, intentó tres veces convertirse en el presidente de México; la primera falló y armó un verdadero espectáculo demostrando ser un mal perdedor, en la segunda, no fue tanto el drama pero denunció irregularidades y en la tercera, vaya que fue peleada, logró hacerse con la victoria y además con la “bendición” de ser el presidente más votado de la historia del país. Su victoria ha derribado al corrupto y antiguo sistema mexicano, ha derrotado al Partido Revolucionario Institucional (PRI) y ha cumplido lo que para él era una venganza personal, ha concretado con su triunfo a que el candidato presidencial, José Antonio Meade, llevase a su partido (aunque no militara en el PRI) el peor resultado en años, pero además ha enviado a “la chingada” al joven y tecnócrata progresista Ricardo Anaya, del Partido Acción Nacional (PAN) de los expresidentes Vicente Fox y Felipe Calderón, es decir, el viejo veterano AMLO derrumbó el sistema de arriba hacia abajo y, como dijo el escritor mexicano Enrique Krauze, lo hizo en buena lid.

López Obrador venció a las viejas maquinarias del PRI y del PAN, a los que él llama el PRIAN, con un pequeño partido, digamos que nuevo en la esfera política de su país si lo comparamos con la longevidad de los partidos tradicionales, con el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) el nuevo presidente mexicano recorrió calles de “casi todos los municipios del país,” tal como aseguraría el diario EL PAÍS en sus crónicas sobre las elecciones del 1 de julio; MORENA conquistó el corazón de los desprotegidos por la clase política mexicana, se metió en el bolsillo a los indígenas eternamente excluidos y discriminados pero además ganó el respaldo de la mayoría de los 15 millones de jóvenes inscritos en el registro electoral nacidos antes del 2000.  Su campaña se basó en promesas tras promesas, cada palabra era de esperanzas y de cambio, de renovar precisamente a la clase política y a todo México.

Si bien es cierto, México es uno de los países más corruptos de América Latina y del mundo, pues en la región es el segundo país donde no hay una sola investigación ni responsables por la trama Odebrecht, igualmente en Venezuela; los mexicanos desconfían en su sistema judicial  así como en el electoral,  algunos de los gobernadores priista han sido acusados de haberse robado cuantiosos recursos, los secretarios de gobierno federal están en la lupa de los ciudadanos y la violencia aunada al narcotráfico han terminado por escupir sobre el sistema político saliente, al que se le hizo imposible contener el crimen organizado y llevar a cabo investigaciones como la del caso Ayotzinapa.

Al igual que Chávez, AMLO llegó al poder utilizando los instrumentos de la democracia aunque a lo largo de su vida haya despreciado al sistema electoral o al judicial, estos han fallado hoy constitucionalmente a su favor, no dudó en llamar a los medios de comunicación “la mafia del poder” pero les invitaba a sus actos para que cubrieran sus baños de masa, en sus discursos se mostraba como el redentor de los  pobres e insistía en la lucha de clases por encima del sufragio. A pesar de todo esto, López Obrador ya es presidente de su país y debe esperar hasta el 1 de diciembre para tomar posesión del cargo, no obstante, los mexicanos deben tener un papel de vigilantes y observadores inagotables, no pueden ser benevolentes a cualquier desviación con la excusa del “cambio”, la función de la ciudadanía es vigilar a sus gobernantes y no darles un "cheque en blanco" porque sino estaríamos frente al poder absoluto que tanto daño le ha hecho a diversos países.


Sinceramente, espero que AMLO no utilice los mismos instrumentos democráticos que le sirvieron para llegar al poder para luego destruir a la democracia y degenerar al Estado de Derecho. Aunque nuestras democracias sean imperfectas los ciudadanos tenemos la obligación de trabajar para mejorar y perfeccionar, no podemos elegir a aquellos que nos propongan erradicarla de raíz para instaurar un laboratorio que resulte en experimentos del pasado que no han sido útiles a las sociedades. México es un gran país y estoy seguro que si algo va mal, sus ciudadanos, hombres y mujeres de trabajo saldrán a defender sus derechos, pero mi última recomendación es que no permitan que les coloquen la bota en el cuello mediante dádivas y subsidios que al final del camino les costarán muy caros y ante todo, espero que López Obrador respete la Constitución y no la reforme para perpetuarse en el poder.

Artículo escrito por Carlos Guerrero Yamarte (@SrVenezolano), director de Subversión en letras y estudiante de Periodismo en la Universidad del Zulia (LUZ)

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