EL caos del sistema eléctrico nacional ha destapado la incapacidad del régimen para solucionar los problemas que durante tanto tiempo han dejado pasar sin preocuparse por buscar soluciones inmediatas. No es nuevo, la crisis eléctrica tiene raíces desde que Hugo Chávez aún arengaba “¡Viviremos y venceremos!”. Ahora, bajo el yugo de la cúpula madurista, los cortes de luz y las fluctuaciones diarias que producen perdidas materiales en los hogares venezolanos son constantes y repetidos. No hay señal de recuperación, todo lo contrario, el régimen y sus representantes en el interior del país solo acuden a las instalaciones eléctricas para fotografiarse en medio de la propaganda gubernamental. En el caso del Zulia, el autoproclamado “protector” del estado, Omar Prieto, intenta calmar a sus seguidores en las redes colgando cada mañana un salmo bendito para paliar el descontento y, seguramente, su conciencia, como si solo con rezar y orar el estómago de los niños se llenara y los hospitales adquirieran sus insumos.
El
problema eléctrico es una piedra más que se amontona en el saco de dificultades
que padecen los ciudadanos cada día y que es producto de la corrupción, la
ineficiencia, la crisis económica y social que el chavismo intenta endosarle a
otros para limpiarse de responsabilidades ante los ojos de un país que detesta
al presidente y al resto de los secuaces que le acompañan en la cruzada saqueadora de los recursos de la nación. Además de sobrevivir con un salario
mínimo que no alcanza para comprar un kilo de queso ni un cartón de huevos,
también deben soportar la escasez de alimentos de primera necesidad, el
desabastecimiento de medicamentos así como problemas insuperables para el
Gobierno en el tema del gas, agua, transporte, aseo urbano y un rampante
desempleo que debe ser lidiado con la hiperinflación que azota al país y que,
según el Fondo Monetario Internacional,
podría superar el 14.000% este mismo
año.
Sin
luz y sin muchas cosas más Venezuela ve como sus jóvenes y adultos emigran a
países vecinos con la intención de trabajar para ayudar desde ese exilio
forzoso a sus padres o hermanos menores que aún quedan en el país y tratan de
subsistir con las remesas enviadas desde Perú, Chile, Colombia o desde
cualquier latitud.
En
las calles de Venezuela ya no se escucha aquella vergonzosa consigna
gubernamental que los seguidores del régimen solían soltar con fervor cuando
Chávez designó a Maduro como su sucesor, aquel cántico ignominioso. “Con hambre
y sin empleo, con Maduro (o Chávez) me resteo”.
Ahora, que tienen hambre y no tienen empleo, tampoco tienen ánimos de
hacer el ridículo.
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