En tiempos tan turbulentos como los que vive este siglo que ha sido golpeado por diversas “olas” de reacciones y acciones políticas, económicas, culturales y hasta sociales, los ciudadanos de este mundo, iniciando el año 2018 con incertidumbres y temor acerca del rumbo que pueden estar a punto de tomar las sociedades actuales (unas movidas por el avance del capitalismo, la globalización implícita y otras trastocadas por el populismo de izquierdas y de derechas, la destrucción del Estado de Bienestar tan boqueado por el socialismo y a la vez por el comunismo), tenemos una asignatura pendiente a reflexionar, precisamente sobre la gran víctima de estas “transformaciones”, que nos pueden gustar o no, pero son una realidad constante.
Lo que ocurre en naciones tan herméticas como Irán, donde las protestas por la subida de precios de los alimentos o las consecuencias de la represión política que lleva décadas oprimiendo a toda una sociedad en nombre del Islam e impulsada por un demente como la figura del ayatolá, nos obliga a discurrir sobre los errores, que se han convertido en especies de masoquismo, de la democracia. Justamente cuando los pilares del sistema democrático fallan, solemos buscar alternativas que nos prometen “mayor” democracia a cambio de mayor servilismo.
El término “democracia” es utilizado hasta por los regímenes menos democráticos del mundo; ya sea por propaganda o el mero cinismo del nombre oficial del sanguinario régimen de Corea del Norte es “República Popular Democrática de Corea”, y es un “masoquismo” repetir lo que sufren los ciudadanos de ese país, que en muchas circunstancias se ven obligados a arriesgar sus vidas antes que morir de inanición en sus hogares o en los vejatorios campos de trabajo forzados que ha impuesto desde su fundación la dictadura juche. Pero los demócratas del mundo solo responden con cartas de protestas.
Cuando comento que la democracia tiene masoquismos no solo me enfoco en el mesianismo o en el simbolismo, sino que también hago referencia a los tradicionales desaciertos que los genuinos demócratas cometen. Por ejemplo, Estados Unidos es una nación con amplia historia democrática, con una Constitución desactualizada pero que sobrevive a los golpes de timón de la actualidad, sin embargo, los ciudadanos de ese país decidieron elegir a un tipo que durante su año de mandato ha perseguido a los valores de la democracia porque cree que su “ideario mental” es la hoja de ruta que debe seguir el mundo, esto quiere decir que, la primera potencia mundial se equivocó al creer que un candidato fuera de la palestra política y con escasas pruebas de estadista o profesional del área, podría reimpulsar la política, si se mira desde una óptica crítica, fue un garrafal error que le está costando muy caro a esa nación.
Sin embargo, los ciudadanos solemos ser masoquistas porque entregamos nuestros principios y valores adquiridos bajo la libertad de un sistema democrático, pero con dificultades por superar como todos, a una ideología que la misma historia la aborrece. Y en este caso, debo mencionar ineludiblemente a Venezuela, que luego de disfrutar desde 1958 de una democracia fructífera, que al pasar de los años y los ciudadanos hastiados “de lo mismo”, es decir, la corrupción, los problemas económicos, los negocios onerosos entre los políticos, el tradicionalismo bipartidista, prefirió en vísperas del inicio del siglo XXI apostar al socialismo, pero esta vez, según Hugo Chávez, por un socialismo que no terminaría de conceptualizar después que a través de la demagogia y la mentira descara y sin pudor se instaurará en el poder hasta su muerte.
Chávez engañó y manipuló, pero además fue el artífice de destruir cualquier palabra de reconocimiento a la democracia; para él la democracia era un “engendro” (a pesar de que él mismo utilizó un elemento principal de la democracia para llegar a la presidencia), pero no fue lo único, consiguió desvirtuar la esencia del voto por la vía maligna de las dádivas populistas que se vivían bajo el gobierno de Carlos Andrés Pérez, pero que Chávez reimpulsó y modernizó, y al mismo tiempo, influyó en la destrucción de cualquier vestigio democrático.
La democracia nunca antes se había encontrado en el peligro que está hoy; vive una era de desprecio a su función; nuevas “filosofías” de naciones con vieja data democrática, como Polonia o Hungría pero con cicatrices profundas de rencores. Las organizaciones globales son masoquistas cuando no perfeccionan y corrigen errores, pues creen que son el poder absoluto sin comprender que en las alcantarillas también trabajan para sacar provecho de sus debilidades. Los políticos viven una etapa de embriaguez que socava la labor real de la política y le da rienda suelta a los fabricantes de miseria.
Los masoquismos en la democracia se curan con mayor capacidad para desconectar lo malo y revitalizar lo positivo, se derrotan los vicios con educación y humildad, se superan las equivocaciones con admitir y asimilar, pero entregarse de rodillas, nunca es una opción para la humanidad cuando aún nos queda racionalizar.
- Artículo escrito por Carlos Guerrero | @SrVenezolano
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