Siria es un verdadero infierno, desde hace seis años aquel hermoso país de edificaciones antiguas e historias milenarias se convirtió en el nido de las atrocidades más grandes que ha observado, con seria desinformación y censura en pleno siglo XXI. Por donde se observe, Siria tiene un futuro tan impredecible que solo tiene las ruinas y el sol para reconstruirse.
Más de trecientos mil muertos en la guerra; horrorosos crímenes contra poblaciones inermes, más de cuatro millones de desplazados y ciudades devastadas por el capricho del régimen dictatorial de perpetuarse en el poder y por la fragmentación violenta de una oposición rebelde que no se logra identificar concretamente entre los demócratas y los terroristas, aunque la agencia oficial de noticias SANA, tache a todos los combatientes de “terroristas”.
El último caos se ha producido en la provincia de Idlib, en una zona rebelde que aparentemente fue atacada con armas químicas que hasta la fecha causó más de cien muertos-es muy difícil precisar la cantidad de victimas por la dicotomía de lo que dice el régimen y los grupos opositores, más los medios sobrevivientes en el lugar- y ocasionó un radical cambio de pensamiento en la Administración Trump, cuya propuesta de campaña fue “no interferir en los asuntos internos de otros países”, pero los analistas más serios consideran que Trump ha cambiado de postura porque tolerar un ataque químico sería más perjudicial que callar ante lo ocurrido. Y Donald Trump, inexperto y muy mal asesorado en política exterior, ha estado buscando en las filas demócratas alguna opinión más acertada que la de su Consejo de Seguridad Nacional.
Para Rusia, por lo menos desde hace seis años, la Siria del futuro no puede verse sin Bashar Al-Assad fuera del poder, o por lo menos fuera de su país, que su familia controla desde hace más de 40 años. Vladimir Putin, quien ha fungido como guardaespaldas del carnicero de Al-Assad, su colega debe permanecer en el poder y continuar defendiendo los intereses rusos de las potencias aliadas que combaten a las fuerzas gubernamentales y al terrorífico Estado Islámico (EI) que ha empeorado el conflicto y ha agudizado la estabilidad de los sirios.
En el otro lado del tablero, Estados Unidos en la era Obama, apostaba por un cambio de gobierno y delegar la decisión de un nuevo presidente al pueblo sirio, sin embargo, acciones poco eficaces de Barack Obama perjudicaron la situación y dieron impulso indirecto al Estado Islámico, pues financiar a grupos rebeldes sin conocer a qué manos iban a parar el dinero y las armas desembocó en la división y posterior formación de grupos terroristas que mutilan y destrozan pueblos enteros.
Actualmente, la comunidad internacional debe buscar una salida congruente a la guerra civil siria y no seguir encaminado en una paz que ha producido más guerra. Siria debe sincerarse y los países permitir un desahogo inmediato de sus intereses, es decir, Rusia debe buscar una transición negociada con las potencias aliadas y a la vez Estados Unidos reunificar a la oposición democrática para crear una mesa de diálogo que logre contribuir a la lucha unificada contra los terroristas que bombardean cada paso a una negociación. Basharl Al-Assad se debe desprender del poder y la Oposición entender que los grupos adeptos al Partido Baath seguirán existiendo y con el derecho de hacer política democráticamente.
Redacción Internacional
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