Sobre Henrique Capriles Radonski se ha dicho mucho, se le ha acusado de cualquier barbaridad, pero nunca se le ha demostrado ni una sola de esas denuncias. Ha permitido ver con una valerosa fuerza ser un político coherente, con desaciertos como todos, pero ha estado siempre del lado de la democracia, incluso cuando en aquel 2002 el embajador cubano en Caracas le llamó para que fuera a mediar con los manifestantes que intentaban entrar al recinto diplomático en pleno golpe de Estado contra Hugo Chávez.
Capriles Radonski nunca ha descansado en su lucha por una Venezuela libre y desarrollada, lo ha demostrado en sus dos intentos por llegar a Miraflores y desde la gobernación del estado Miranda. Su doctrina política, como él lo ha dicho, es la libertad y no descansará hasta romper junto a todos los venezolanos las cadenas que oprimen al país.
El régimen sabe que atacar a Capriles es golpear duramente al rostro más amable de la Oposición, el más sensato, si se puede afirmar tal aseveración, el que no ha caído en provocaciones. Pero la última inhabilitación realmente busca su encarcelamiento, su destrucción total, hundirlo en una cárcel y someterlo a torturas, así como se ha hecho con Leopoldo López y los más de 100 presos políticos que existen hoy en Venezuela. La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) no se queda sin Capriles, lo contrario, ahora “el flaco”, como le dicen los venezolanos por cariño, seguirá caminando los barrios más olvidados de Venezuela.
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