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Holanda: ¿efecto dominó en Europa?


La victoria de Donald Trump en Estados Unidos rompió con tantos paradigmas que los cánones más radicales de los sistemas e ideologías políticas se revolucionaron hasta el punto que generó una onda expansiva que repercutió en el Viejo Continente. Como si se tratara de un efecto dominó, el descontento social de los segmentos conservadores de la sociedad norteamericana propugnó una transición de un modelo socialdemócrata a un proyecto nacionalista, proteccionista y aislacionista. Ese efecto dejó secuelas globales.

Lo mismo estuvo a punto de suceder en los Países Bajos, mejor conocido como Holanda, un país de apenas 17 millones de habitantes cuya sociedad, mayoritariamente blanca, ejerció presión durante la campaña política que culminó el 14 de marzo. Dos modelos, uno liberal en coalición con uno socialdemócrata (alianza VVD-PvdA) contra uno de extrema derecha. El partido liberal de derecha de Mark Rutte, primer ministro holandés, junto con los socialdemócratas, se enfrentaba a GeertWilders, líder del Partido para la Libertad (PVV), de la ultraderecha neerlandesa.

Las expectativas por las propuestas de Wilders se enmarcaron en un contexto de negación y rechazo a todo lo que no fuese holandés. La expulsión de los inmigrantes musulmanes fue una de sus grandes promesas. Abogar por sacar a Holanda de la Unión Europea terminó de confirmar que, al más puro estilo del nacionalismo francés pregonado por Marine Le Pen, candidata presidencial, la ultraderecha ha empezado a resurgir en Europa con una nueva faceta: el proceso de una posible contraglobalización. 

Trump optó por retirar a Estados Unidos del Tratado de Asociación Transpacífico (TPP). Esa misma política la propuso Wilders con respecto a la Unión Europea. Tal vez esa fue la carta que le jugó en contra y arruinó su estrategia electoral. Los holandeses desean recuperar la identidad de una nación autodeterminante en el plano internacional, pero dentro del bloque europeo, no fuera de él. Un 80 por ciento de los holandeses desea quedarse en la unión, contra un 20 por ciento que apuesta por un ‘Nexit’, el ideal de ese segmento antieuropeo lo plantea Wilders.

Ningún ciudadano holandés apuesta por un progreso nacional a expensas de arriesgar la proyección económica expansiva que les brinda la Unión Europea al ser una nación tan pequeña que sería muy riesgoso aventurarse en un deslindamiento total del flujo comercial que mantiene con Alemania, Francia, Italia y España, los pesos pesados de la comunidad europea.

Los holandeses no ven en el proteccionismo una alternativa que les permita aprovechar toda la mano de obra inmigrante que podría reimpulsar el aparato económico del país. Aunque Wilders no haya ganado las elecciones legislativas, Rutte tiene ahora la más complicada tarea de formar un gobierno que reciba el apoyo de al menos seis partidos de gran peso como para llegar a un total de 85 escaños en el Parlamento neerlandés. 

En vista de esa desavenencia de alto costo político, Países Bajos pasa por una convulsión política, irónicamente, tras la victoria de un liberal que cree en el proyecto europeo, pero que enfrenta el enorme reto de formar alianzas para obtener una gobernabilidad que le permita proyectar al país como un socio fructífero en material comercial y a su vez como una nación que acoja y se adapte a inmigrantes y refugiados. 

A esa estrategia apelará Rutte para mostrar a Holanda como un país abierto al flujo de inmigrantes, visto desde la perspectiva de una oportunidad de implementación y adopción de mano de obra cuya fuerza laboral devenga en un índice más alto de creación de empleos y, por consiguiente, de estabilidad económica a largo plazo que garantice respaldos en fondos macroeconómicos de estabilidad financiera, al menos para Holanda, aunque Bruselas llegue a llevarse un buen tajo del pastel por concepto de impuestos, una especie de “renta” por ser parte del club europeo, cuya densa burocracia ha devenido en altos índices de corrupción.

Lo que ha mostrado Holanda deja muy en claro que la ola populista de ultraderecha cobra fuerzas en el viejo continente. No es casualidad que la alianza existente entre Wilders y Le Pen sea el sello y la marca de la ‘nueva Europa’ que sus discursos profesan. ¿Dos caras de una misma moneda? Lo cierto es que así como en las elecciones presidenciales de Francia, luego Alemania y posiblemente Italia, son un producto de la utopía resucitada por Trump al otro lado del Atlántico, lo que sucedió en Holanda y lo que sucederá en Francia determinará y medirá los índices demográficos y sociales de apoyo con los que cuenta la Unión Europea. De resultar escasamente respaldado ese apoyo, la Unión Europea podría dejar de existir como la conocemos y se desintegraría desde las altas esferas del poder en Bruselas, partiendo desde Alemania, si el partido socialcristiano de Merkelpierde escaños en el Parlamento alemán, desde Francia, si Le Pen se convierte en presidenta y, desde Italia si triunfa el liberalismo de la ultraderecha, liderara por el Movimiento Cinco Estrellas.

La causa de ese latente escenario sería la nueva mentalidad política e idiosincrasia económica que está ahora acendrada en el denominador común de la población conservadora y la clase política moderna europea: el nacionalismo. Un fenómeno en auge que acentúa las tendencias proteccionistas, en el plano económico y, aislacionistas, en el plano diplomático e internacional. 

El diario EL PAÍS de España señaló en primera plana que “El voto holandés ofrece un respiro a la Unión Europea”. El detalle está en constatar si realmente el bloque de los 28 recupera cierto ápice de estabilidad con una ultraderecha neerlandesa que, aunque haya perdido, su derrota le sirve de inspiración e impulso a la ultraderecha francesa encabezada por Marine Le Pen, muy buena amiga de GeertWilders, por cierto.

Los resultados de las elecciones legislativas en Holanda demuestran que el discurso político xenófobo genera un efecto dominó que repercute en la muy correlacionada clase política europea. Si en Francia gana el nacionalismo, lo ocurrido en Holanda habría sido un factor determinante a manera de patrón. Los franceses podrían reflejar con sus votos para Le Pen el descontento que no lograron capitalizar electoralmente los holandeses con Wilders. Lo mismo podría pasar, en ciertas medidas, con los alemanes y los italianos.

Y es que el socialismo cristiano alemán de Merkel, el socialismo democrático francés de Hollande y la centroizquierda italiana de Gentiloni podrían sucumbir ante la ola populista de derecha que los contrarresta y contrarrevoluciona en esos países si no logran coalicionar sus bases políticas partidistas en la renovación de sus modelos con políticas económicas más versátiles para la protección del euro y menos adaptadas al condicionamiento político y demográfico del fenómeno migratorio que se cierne y crece sobre Europa.



Ricardo Serrano | @RS_Journalist

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