“No obstante que me conduje conforme a la ley, este error afectó a mi familia, lastimó la investidura presidencial y dañó la confianza en el gobierno. En carne propia sentí la irritación de los mexicanos. La entiendo perfectamente, por eso, con toda humildad, les pido perdón”, así fue como el presidente Enrique Peña Nieto pidió perdón por la “Casa Blanca” que evidenció el nivel de corrupción en su gobierno. Fueron lágrimas de cocodrilo las que vimos en el perdón de Peña, pues apenas días después de haber ofrecido disculpas, la periodista Carmen Aristegui y su equipo denunciaban sufrir acoso judicial por el reportaje de la casa blanca y anunciaban que su veto en la radio mexicana continuaba. Peña pidió perdón pero sus acciones anunciaban que no había arrepentimiento.
Vaya descaro el de Peña pedir perdón dos años después de darse a conocer la existencia de la casa blanca, vaya descaro el suyo que lo hace sin ofrecer una solución al grave problema de corrupción que persiste en su gobierno, vaya descaro el suyo de hacerlo después de negarnos una investigación imparcial, después de mutilar -junto a su partido- la ley 3 de 3, después de tanta corrupción, después de tanta impunidad, después de hundir tanto al país.
Peña pidió perdón, pero él y su partido protegen a los gobernadores más corruptos que hoy tratan de blindarse contra cualquier posibilidad de ser castigados por sus actos. Pidió perdón pero calló ante el desfalco de Morería al Estado de Coahuila. Pidió perdón pero protegió a Moreira cuando en España se atrevieron a hacer lo que él no, juzgar a Moreira por sus crímenes. Pidió perdón, pero, ¿por qué no dijo nada de las deudas de los Duarte y sus empresas fantasma?, ¿por qué calla sobre la corrupción de su gobierno y de los gobiernos emanados del PRI?, es claro que Peña sobre corrupción habla de dientes para afuera, pues él, su partido y su gobierno, están impregnados de corrupción hasta los huesos.
Alan Bañaga / @Alan_b96.
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